En este nuevo viaje o travesía en bicicleta la aventura tuvo un sabor diferente por un par de razones. Ya les contaré los motivos para asegurar que la pedaleada de Ipala a Chiquimula pasando por los abandonados túneles del ferrocarril fue muy distinta.
En primer lugar, porque se trató de un lugar más lejano de la capital y por eso debimos madrugar un poco más para llegar a buena hora a Ipala, en donde se iniciaría el recorrido.

Verificación de asistencia
Antes de iniciar debíamos pasar a la mesa de verificación de inscripción y allí nuevamente nos sorprendieron con un botón conmemorativo y el distintivo para colocar en la bicicleta. El guía general, Óscar Campollo de Onca Guatemala nos indicó las normas básicas de seguridad que debíamos atender en el recorrido.
Este fue un viaje muy distinto al de Sanarate-El Rancho desde el inicio. En esta ocasión, con mi hermano íbamos mejor preparados con las bicicletas porque recientemente le habían brindado el respectivo servicio.
Este punto que mencioné es interesante porque es algo muy importante que olvidamos con frecuencia: darle mantenimiento de manera frecuente al mecanismo, ya sea por nuestra mano o dejarla en las de los expertos.
El inicio del viaje Ipala-Chiquimula
Una de las primeras impresiones fue la del terreno, porque no era polvoriento y no tan plano. En realidad el clima colaboró porque estaba nublado el cielo y había llovido en días anteriores, una ayuda pero también un serio elemento para una de las sorpresas que nos tenían preparadas.
Los grandes atractivos fueron los túneles que alguna vez utilizara el ferrocarril en su paso por el oriente guatemalteco. Sin embargo, la mayoría de tramos ya no contaban con los durmientes ni los rieles de acero.
Otra de las razones especiales de este viaje fue que estábamos celebrando el cumpleaños de mi hermano.
Túneles abandonados
Pasar por los túneles que atraviesan la dura montaña fue una experiencia única. En algunos nos detuvimos a tomar algunas fotografías porque era de aprovechar, no se sabe hasta cuándo regresaremos.
El que más me impresionó fue el que estaba completamente oscuro, en el que necesitamos linternas para más o menos ver por dónde estábamos caminando. De pronto escuchamos un sonido inconfundible: murciélagos. Casualmente, este túnel era el más extenso o posiblemente por lo oscuro y la lentitud del paso así lo percibimos.
Pasamos también en otros que presentaban dificultad para entrar porque había material suelto, unas piedras de considerable tamaño formando una pequeña elevación que ameritaba tener equilibrio y buena conducción de la bicicleta para no caerse en el intento de llegar a la entrada.
Sorpresa para todos
Otro aporte para que el tour en bicicleta fuera especial fue la sorpresa que nos tenían reservada los organizadores. De pronto llegamos a un “charco”, más bien una pequeña poza con agua y lodo por donde debíamos pasar. Fue toda una proeza.
Vimos cómo un compañero ciclista dejó primero su zapato derecho entre el lodo al dar el primer paso y por consiguiente, perder el segundo. Ambos zapatos allí atrapados y él con sus calcetines blancos cubiertos de lodo.
Al salir del primer charco nuestros tenis y llantas iban cubiertos de lodo, algunos fueron capaces de pasar sin ensuciarse, pero el costo fue el tiempo que tardaron en avanzar y atrasar a quienes íbamos en medio o al final del grupo.
El terreno en esta expedición
El terreno no solo fue de terracería, sino que también se trató de extravíos rocosos en los que tuvimos que bajar de la bici para cargarla en brazos y avanzar de mejor manera.
Todo muy bonito en terracería, con bajadas y terreno más o menos plano con un último descenso para llegar a Santa Rosa de la Cuesta, Chiquimula, donde nos rehidratarnos de nuevo, antes de continuar con un descenso vertiginoso.
Justo al llegar al arco rumbo hacia Chiquimula, inició el calvario para muchos de nosotros. Es un terreno que en su mayoría presenta ascensos, sin embargo los pocos descensos ayudaron a refrescarnos.
Era un mediodía abrasador, con el que en serio ya no pude continuar sobre la bicicleta. Simplemente iba caminando con ella a la par, llegando a un punto donde me di cuenta que ya podía y me subí de nuevo hasta encontrar al grupo que ya descansaba a la orilla de la carretera.
El remate del recorrido fue un delicioso y necesario caldo de gallina en un comedor al que los microbuses nos llevaron.
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