Esta aventura para mí fue sumamente especial. En primer lugar porque algunos de los viajantes irían por primera vez a un volcán. Eso fue estimulante para que asistir a pesar de algunos inconvenientes.
Pacaya versión 2018
Esta nueva incursión fue muy especial. Se debe a la sencilla razón: después de más de 10 años, por fin pude llegar a la cima del cono mayor a sentir el olor a las emanaciones del cráter.
La última vez que llegué a este punto fue en el 2007, cuando llevé a mi grupo de amigos de la universidad a que subieran su primer volcán. De ese viaje solo quedaron las anécdotas y algunos raspones. Esto lo digo porque alguien de nosotros borró las fotos de mi cámara por intentar eliminar una en la que él no aparecía muy bien. En fin.

Si antes no pude llegar es por la ya mencionada restricción que surgió desde que hizo una violenta erupción en el 2010.
Esta nueva excursión me permitió conocer la ruta que en anterior ocasión había utilizado para descender. Al principio me costó identificar, pero Nidia me orientó y me dijo que era ese mismo camino, solo que en sentido contrario al que conocíamos.
El inicio de la excursión
Al llegar a donde estaba el resto del grupo de excursionistas me llevé la sorpresa que no habían tomado el camino para llegar el centro de visitantes más conocido, al que considero el principal.

El camino en sí es mucho más amigable en la mayoría del trayecto y por eso lo prefiero, sin embargo, como todo en la vida, hay ventajas y desventajas. Lo cierto es que cada una de las rutas tiene su propio paisaje y sus vistas son diferentes.
Por tratarse de un recorrido tranquilo es posible descansar y fotografiar los alrededores y por qué no, una que otra selfie.

Hicimos el recorrido tradicional al pasar la tienda llamada Lava Store y el paso por el espacio para cocinar angelitos o marshmellows. Aunque este lugar ya se redujo en buena proporción si lo comparamos con un año antes, todavía es posible calentar un poco los dulces angelitos.
Como indiqué al inicio, el recorrido en esta ocasión fue al contrario a como ya lo había hecho. Y no solo eso, al terminar de ascender por los cerros circundantes, nos encaminamos a conquistar el cono mayor.
Escala al cono mayor del Volcán Pacaya
Ya teníamos el objetivo en la mira desde la meseta: eso enorme y humeante en su extremo superior es la cumbre del cono mayor.
En fin, después de muchísimos años llegué de nuevo a sentir ese olor azufroso del cráter activo del Pacaya. Lo que sí fue sorpresa en toda su extensión fue ver pequeñas —desde la perspectiva— muestras de lava volar por los aires para luego chocar contra las piedras (ahora sé que es lava petrificada) y volverse también parte de ese oscuro muro del cráter.

Mayor fue el silencio, la sorpresa, el susto, de un retumbo y su respectiva salida de material incandescente en ese momento. Quienes estábamos en esa parte, en realidad, solo nos quedamos callados a esperar a que sucediera lo que tuviera que pasar. Afortunadamente en eso quedó, en una graciosa anécdota para contar.

El regreso fue otra novela. El primer reto fue El Arenero, que no es otra cosa que una bajada en pendiente con material suelto (piedra volcánica) que dificulta un descenso lento. Razón por la que se torna más emocionante bajar corriendo y no caer en el intento. Eso sí, polvo se llevará en la garganta y en los zapatos y no se diga una que otra piedra.

Ya con el cansancio en las piernas, el camino lo sentimos un tanto extenso pero felices de haber cumplido la meta. Todos los integrantes de la expedición llegamos a la cumbre. Cada uno a su ritmo, así como en la vida. Lo importante es no dejarse vencer por la dificultad.