Mi primer encuentro con este volcán fue algo difícil. Fue durante mi período de vacaciones en mayo de 2013. Para esas fechas, como es común en Guatemala, se esperan las primeras lluvias ya más o menos formales. Sin embargo, ese día lo que prevaleció fue una densa neblina y aire frío.
Volcán Acatenango, Sacatepéquez

En esas condiciones nubosas en la mayoría del recorrido hicimos las paradas necesarias para descanso, hidratación y uno que otro chistorete para amenizar el camino. Ahora bien, cuando recorrimos buena parte del volcán, y alcanzamos la primera cumbre falsa, el clima se puso más hostil.
La niebla era tal, que a penas lográbamos ver a más de cinco metros delante nuestro. A tal punto llegó esta poca visibilidad que teníamos, que Dereck —nuestro guía, él conoce muchísmos volcanes y a este nos llevó— tomó la decisión de marcar el camino para que tener una referencia sobre la ruta que tendríamos que recorrer para el regreso.

Junto con Edgar, Antonio y Dereck, la aventura fue de lo mejor. Ya no alcanzamos la verdadera cumbre. Unos por temor a continuar sin una aparente seguridad sobre el camino, otros porque las condiciones físicas no lo permitieron.
¿Qué me dejó no alcanzar la cumbre?
El aprendizaje de este viaje fue el aceptar que siempre hay momentos en los que hay que saber en qué momento tomar la determinación de continuar en otra ocasión, y pues en pocas palabras, abandonar la misión con tal de mantenerse sanos y salvos.

El camino de regreso sí lo identificamos sin mayores problemas. Conforme descendimos las condiciones climatológicas mejoraron y ya pudimos cambiarnos para no enfermar por la ropa mojada que teníamos puesta.

Fue un viaje interesante, en el que pude experimentar otro tipo de viaje con mi hermano, que es con quien he crecido y viajado a través de esta aventura llamada vida.
Otras aventuras en volcanes
En Guatemala tenemos la ventaja que existen 37 volcanes escalables de los que podemos disfrutar. Es verdaderamente un privilegio escalar y alcanzar cumbres. Más allá de que a veces pareciera una cuestión de egos sobre quién ha subido más volcanes, es importante reconocer que cada experiencia es única, ya que así como puedes tener un día claro y despejado, es posible que tengas cero visibilidad. De todo se puede aprender.

Un claro ejemplo fue el ascenso al volcán Ipala en el que el tiempo estuvo a nuestro favor con mi hermano. A diferencia del viaje al volcán de Pacaya en el que la neblina no nos dejó ver mucho, solo pocos minutos tuvimos de claridad. Y no se diga del volcán de Agua, en el que me ha tocado experimentar variedad de sensaciones y vivencias extremas. Ya en otros tiempos de mi vida, los ascensos a los volcanes Tajumulco y San Pedro han sido han tenido un matiz diferente.